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martes, 30 de abril de 2013

L’enfer c’est les autres (El infierno son los demás)
Jean-Paul Sartre (1944, Huis-clos)


Madrid, 30 de Abril de 2013

Leilah, in memoriam

Hace tiempo me encontré buceando por internet una conversación con Jean-Paul Sartre posterior a la redacción de Huis clos. Si hay una frase que ha pasado a la historia de Sartre es precisamente la de “L’enfer c’est les autres” (El infierno son los demás), y aquí Sartre muestra como se ha malinterpretado…


Théâtre du Vieux Colombier en París donde se estrenó
Huis-clos, en Mayo de 1944, en plena ocupación Nazi
En el fondo, los demás son como el espejo de la malvada bruja de Blancanieves, y nos muestran como somos aunque nos duela verlo. A veces, solo a veces, no lo soportamos, porque no nos soportamos… no deja de ser curioso que la gente a mi alrededor suele recriminar sin atenuantes a sus padres por aquellos “defectos” que ellos mismos poseen y ser más benevolente con los que no. Al fin y al cabo, somos indulgentes con aquellas cosas de las que estamos por encima, ¡como si estuviéramos por encima de algo! Y juzgamos a pesar de 2000 años de judeocristianismo que nos inculca no hacerlo, porque no sabemos no juzgar, porque no hacerlo implicaría tener derecho a no ser juzgado y una capacidad de aislarse del entorno que el ser humano no posee; y sin embargo creer que no lo somos es tan hipócrita que poca gente aspira a ello, y si alguien lo cree realmente se ha equivocado de especie. Hay personas que no juzgan, o mejor dicho que no suelen juzgar, las menos, y en este grupo tan selecto al cual no pertenezco nuevamente hay una doble estancia, una en la que están los que no juzgan por principio, porque realmente no sienten esa necesidad, y por lo tanto no dependen de nadie salvo de si mismos, afortunados ellos, aunque los menos, y otra en la que están los que no juzgan para no ser juzgados, los cuales son si cabe más hipócritas aún que los que lo hacen, puesto que éstos son los que más dependen de los demás, tanto, que prefieren no hacerlo con tal de no serlo, con un razonamiento tan simple como absurdo, y sin embargo tan frecuente. Yo no lo niego, juzgo, aun cuando sepa que no soy quien y por lo tanto en ocasiones, a lo que aspiro es solo a moderar o bordear el juicio, como el que ve un obstáculo y cambia de sendero…

En el fondo, es la aplicación de la Interpretación de Copenhague al acto de ser juzgado. La interpretación de Copenhague que incorpora el Principio de Incertidumbre de la mecánica cuántica concluye que la posición de un electrón varía de un estado A a un estado B por el hecho de haber sido observado (si bien no se puede saber si en caso de no haber sido observado).

Aplicado al ser humano sería concluir que uno efectúa juicios de valor condicionado por todos los juicios de valor que sobre uno se hacen, o no, dado que en este caso podría aplicarse el corolario de todos aquellos juicios de los que nuestro consciente o subconsciente es "víctima" sin que realmente existan, tanto por exceso como por defecto, por lo que al final el estado de libertad al que alude Sartre es pura utopía ya que todo el entorno afecta a cada individuo tanto para decidir juzgar en una dirección, como en otra, e incluso como para no hacerlo.

En la segunda parte Sartre desarrolla a mi entender la afirmación “uno no puede odiar sin odiarse antes a sí mismo”, porque el infierno parte y nace de nuestro interior, como el amor, el miedo, la seguridad, la inseguridad, etc., como todos los sentimientos primarios e incluso secundarios que permanentemente exportamos bajo el efecto de Acción-Reacción.
 
                        Representación de 1944 en París


De ahí que seamos incapaces de romper ese círculo vicioso en el que entramos tantas veces y del que solemos culpar a los demás, a la vida o al destino, cuando solo deberíamos mirar a nuestro interior, aunque hacerlo suponga acabar como en la imagen de la representación de la obra que adjunto.

Huis-clos es quizás la más famosa obra del existencialismo, corriente que se desarrolló durante la segunda guerra mundial en una Europa donde el "horror" alcanza su cénit muy por encima de lo que hasta entonces se podía imaginar. Siempre que pienso en el horror de la guerra me viene a la mente la imagen del Coronel Kurtz (Marlon Brando) quien en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) describe el horror en estado puro, con una interpretación que es tan breve como magistral; su rostro inanimado, desprovisto de cualquier posible recuerdo de humanidad, solo refleja el Horror con mayúscula... "He visto horrores, horrores que usted ha visto, pero no tiene derecho a llamarme asesino, tiene derecho a matarme, tiene derecho a hacerlo, pero no tiene ningún derecho a juzgarme, no creo que existan palabras para describir todo lo que significa a aquellos que no saben que es el Horror, el Horror...". Nuevamente la libertad y el derecho a no ser juzgado echa raices en el interior, hasta de una mente tan enferma y alienada como la del Coronel. Por momentos logra algo que puede parecer imposible, y es que comprendamos e incluso justifiquemos sus acciones porque sabemos que una vez visto ese Horror los valores en los que nos movemos dejan de tener sentido, las reglas del juego cambian, dejamos de ser personas, y nos convertimos en bestias apocalípticas.

Aunque tengo al existencialismo de Sartre en segundo plano detrás del de Camus e incluso el existencialismo incipiente de Unamuno, y cuyas obras L'Étranger (1942) o San Manuel Bueno, Mártir (1931) han sido mayores referentes para mi que esta obra de Sartre, no deja por ello de ser una obra cumbre de la literatura universal del siglo XX. Sartre refleja con acierto como nos enfrentamos permanentemente a nuestros actos o a nuestras ausencias de actos, y juzgamos y nos juzgan por ambos, queramos o no, lo cual degenera en un juicio propio de nuestras acciones u omisiones que es el verdadero infierno al que estamos abocados. El tiempo, que ya ha pasado, que ya no permite la redención, es el que irriga el sentimiento de culpa de vuelta al inicio, cuando ya parecía que por fin se llegaba al final, pero es una salida en falso, sin solución, salvo la de continuidad, y tan solo permite repetir los mismos pasos dados una y otra vez sin la menor variación, porque como sentencia Charles Baudelaire en su el poema L'Horloge (Les fleurs du mal, Spleen et Idéal): "Il est trop tard" (Es demasiado tarde).

Todo ello queda plasmado en esta obra teatral donde los personajes no solo juzgan sino que se juzgan a si mismos, todo ello bajo la atenta mirada de un público que no deja de juzgar a su vez, y a medida que los juicios se incrementan, el espejo nos muestra más nítidamente como a quienes juzgamos es a nosotros mismos, porque al final, lo que condena a cada uno de los personajes son sus actos, y no los juicios ajenos. Aquí entra de lleno un corolario del existencialismo de Sartre y es el matiz entre "el yo" y "los demás". Mientras que "el yo" atañe a un ser humano provisto de conciencia, libre de tomar o no tomar las decisiones que marcarán su propio camino (que no destino), y que por lo tanto enfoca todo desde un único punto, "los demás", que en francés alcanza un nivel superior dado que se requiere de un único vocablo, "autrui", es una entelequia que carece de conciencia definida, es una miscelánea donde todo cabe, una atalaya desde la que mirar, analizar y juzgar "el yo" como un objeto inanimado más, sin mayor humanidad que la que por casuística pueda producirse, que juzga sin conocer, que pinta sin ver y que habla sin escuchar, y donde por encima de todo impera la ausencia de control por parte "del yo" respecto a lo que "autrui" haga, por lo que es mucho más probable que "autrui" condicione "al yo" que al revés. Así se alcanza la segunda máxima de Sartre que es "L'éxistance précède l'essence" (La existencia precede a la esencia) y que también queda reflejada en la obra. En efecto Sartre niega el principio filosófico tradicional por el cual la naturaleza humana precede a la condición humana en las acciones, que establece por tanto que el ser humano actúa como actúa por su naturaleza humana ajena a él, es decir, por todo el legado genético heredado que le señala con el dedo la decisión a tomar. Sartre afirma lo contrario, es decir, que precisamente por su condición humana, cada persona toma las decisiones en plena libertad y que su condición humana solo interviene en una segunda derivada de la acción primigenia tomada o rehusada en plena libertad. Es en si misma una doctrina atea que reniega de la presencia de Dios en ningún acto y que otorga al ser humano toda la responsabilidad de sus acciones, lo cual es coherente con este infierno en el cual se rememoran todos nuestras acciones u omisiones dado que somos los únicos responsables de las mismas. 

Y sin embargo, en mi opinión más personal, Sartre da una salida del mismo modo que lo da la religión, a todos aquellos que como el Coronel Krutz viven en ese infierno en vida, la muerte, dado que al no creer en Dios la muerte es la absolución a los pecados cometidos, la paz anhelada, aunque sea "le néant" (la nada).

Cierro el artículo con la transcripción del análisis de Sartre tal cual lo he encontrado: Extrait audio et texte de Jean-Paul Sartre, Huis clos, Groupe Frémeaux Colombini SAS © 2010 (La Librairie Sonore en accord avec Moshé Naïm Emen © 1964 et Gallimard © 2004, ancien exploitant).




[...] J'ai voulu dire «l'enfer c'est les autres», mais «l'enfer c'est les autres» a été toujours mal compris. On a cru que je voulais dire par là que nos rapports avec les autres étaient toujours empoisonnés, que c'était toujours des rapports infernaux. Or, c'est tout autre chose que je veux dire. Je veux dire que si les rapports avec autrui sont tordus, viciés, alors l'autre ne peut être que l'enfer. Pourquoi? Parce que les autres sont, au fond, ce qu'il y a de plus important en nous-mêmes, pour notre propre connaissance de nous-mêmes. Quand nous pensons sur nous, quand nous essayons de nous connaître, au fond nous usons des connaissances que les autres ont déjà sur nous, nous nous jugeons avec les moyens que les autres ont, nous ont donné, de nous juger. Quoi que je dise sur moi, toujours le jugement d'autrui entre dedans. Quoi que je sente de moi, le jugement d'autrui entre dedans. Ce qui veut dire que, si mes rapports sont mauvais, je me mets dans la totale dépendance d'autrui et alors, en effet, je suis en enfer. Et il existe une quantité de gens dans le monde qui sont en enfer parce qu'ils dépendent trop du jugement d'autrui. Mais cela ne veut nullement dire qu'on ne puisse avoir d'autres rapports avec les autres, ça marque simplement l'importance capitale de tous les autres pour chacun de nous.
 
Deuxième chose que je voudrais dire, c'est que ces gens ne sont pas semblables à nous. Les trois personnes que vous entendrez dans Huis clos ne nous ressemblent pas en ceci que nous sommes tous vivants et qu'ils sont morts. Bien entendu, ici, «morts» symbolise quelque chose. Ce que j'ai voulu indiquer, c'est précisément que beaucoup de gens sont encroûtés dans une série d'habitudes, de coutumes, qu'ils ont sur eux des jugements dont ils souffrent mais qu'ils ne cherchent même pas à changer. Et que ces gens-là sont comme morts, en ce sens qu'ils ne peuvent pas briser le cadre de leurs soucis, de leurs préoccupations et de leurs coutumes et qu'ils restent ainsi victimes souvent des jugements que l'on a portés sur eux. 
 
À partir de là, il est bien évident qu'ils sont lâches ou méchants. Par exemple, s'ils ont commencé à être lâches, rien ne vient changer le fait qu'ils étaient lâches. C'est pour cela qu'ils sont morts, c'est pour cela, c'est une manière de dire que c'est une «mort vivante» que d'être entouré par le souci perpétuel de jugements et d'actions que l'on ne veut pas changer. 
 
De sorte que, en vérité, comme nous sommes vivants, j'ai voulu montrer, par l'absurde, l'importance, chez nous, de la liberté, c'est-à-dire l'importance de changer les actes par d'autres actes. Quel que soit le cercle d'enfer dans lequel nous vivons, je pense que nous sommes libres de le briser. Et si les gens ne le brisent pas, c'est encore librement qu'ils y restent. De sorte qu'ils se mettent librement en enfer. 
 
Vous voyez donc que «rapport avec les autres», «encroûtement» et «liberté», liberté comme l'autre face à peine suggérée, ce sont les trois thèmes de la pièce. Je voudrais qu'on se le rappelle quand vous entendrez dire... «L'enfer c'est les autres».
 

 
[…] He querido decir "el infierno son los demás", sin embargo "el infierno son los demás" siempre se ha malentendido. Se ha creído que yo quería decir con eso que nuestras relaciones con los demás estaban siempre envenenadas, que siempre eran relaciones infernales. Y sin embargo yo quiero decir otra cosa. Quiero decir que si las relaciones con los demás son retorcidas, viciadas, entonces el otro sólo puede ser el infierno. ¿Por qué? Debido a que los otros son, en el fondo, lo que hay de mayor importancia en nosotros mismos, para nuestro propio conocimiento de nosotros mismos. Cuando pensamos en nosotros mismos, cuando tratamos de conocernos, en el fondo usamos el conocimiento que los demás ya tienen de nosotros, nos juzgamos con los medios que los demás tienen, nos han dado, para juzgarnos. Diga lo que diga de mí, siempre conlleva implícito el juicio ajeno. Sienta lo que sienta de mí, conlleva implícito el juicio ajeno. Esto significa que si mis relaciones son malas, me someto a la total dependencia de los demás y entonces, en efecto, estoy en el infierno. Y hay un número de personas en el mundo que están en el infierno porque dependen demasiado del juicio de los demás. Pero eso no significa que no se puedan tener otras relaciones con los demás, simplemente marca la importancia capital de todos los demás para cada uno de nosotros. 
 
Segunda cosa que quería decir, es que esas personas no se asemejan a nosotros. Las tres personas que escucharéis en Huis clos no se parecen en que nosotros estemos todos vivos y ellos muertos. Evidentemente, aquí, “muertos” simboliza algo. Lo que he querido indicar es que precisamente mucha gente viven encorsetados en una serie de hábitos, de costumbres, que soportan juicios sobre ellos que les hacen sufrir pero que ni siquiera intentar cambiar. Y que esa gente está como muerta, en el sentido expreso de que no pueden romper el contexto de sus preocupaciones y sus costumbres, y que permanecen víctimas de los juicios que se han hecho sobre ellos. 
 
A partir de ahí, es muy evidente que son cobardes o malvados. Por ejemplo, si han empezado a ser cobardes, nada va a cambiar el hecho de que fueran cobardes. Por eso han muerto precisamente, es por eso, es una manera de decir que es una “muerte viva” estar rodeado por la preocupación perpetua de juicios y acciones que no se quieren cambiar. 
 
De manera que, en la realidad, como estamos vivos, he querido mostrar, por reducción al absurdo, la importancia, en nosotros mismos, de la libertad, es decir, la importancia de cambiar los actos por otros actos. Sea cual sea el círculo de infierno en el que vivamos, pienso que somos libres de romperlo. Y si la gente no lo rompe, vuelve a ser una decisión libre el hecho quedarse. De tal manera que entran libremente al infierno. 
 
Veis por lo tanto que “relación con los demás”, “encorsetamiento” y “libertad”, libertad como la otra cara a penas sugerido, son los tres temas de la obra. Quisiera que se recuerde cuando escuche decir “el infierno son los demás”.